Gran parte de la sociedad cree, equivocadamente, que adoptar un nuevo hábito es algo que se puede lograr en solo 21 días. Esta confusión nace de un popular libro de los años 60, Psicocibernética, del cirujano Maxwell Maltz, quien observó que sus pacientes tardaban un mínimo de 21 días en acostumbrarse al resultado de sus operaciones.
Algunos “gurús” cogieron el término… y de ahí el mito.
La realidad es bien distinta. Si bien el ser humano tiene una capacidad de adaptación poderosa, lo cierto es que no es posible instalar un nuevo hábito así como así. En relación con esto, el Doctor en Neurociencia José Sánchez afirma que “los hábitos se relacionan con los ganglios basales, una estructura del cerebro muy antigua y que juega un papel vital en la coordinación de movimientos voluntarios como caminar, hablar o coger objetos. Los ganglios basales se activan con la novedad y van reduciendo su actividad cuando automatizas una conducta. Esto lleva tiempo y atención consciente. Evidentemente, depende de cada persona”.
De hecho, en un conocido estudio de 1996 de la Dra. Phillippa Lally (UCL London), se demostraba una enorme variabilidad en los participantes para formar hábitos: entre 18 y 254 días. Gran parte de los participantes ni siquiera llegaron a conseguirlo.
¿Tiene sentido luchar contra los hábitos?
Es difícil eliminar un hábito per se. Los ganglios basales han creado una memoria poderosa, automática, que influye en la conducta de las personas, más allá de su voluntad. El control consciente suele ser débil y el hábito, automatizado, muy fuerte. Por eso, paradójicamente, la voluntad hercúlea no suele ser la solución. Las promesas de Año Nuevo fallan…
Es más interesante crear hábitos nuevos. Estos requieren de a. atención consciente (no se aprende algo si no se atiende), b. intensidad gradual (empezar con tareas pequeñas) y c. recompensa positiva (premiar el esfuerzo). Incluso se podría añadir un cuarto d. hacerlo acompañado (cerebro social).
Este proceso puede resultar más o menos lento, en función de las diferencias individuales, pero es una construcción firme, no etérea como el mito de los 21 días. El nuevo hábito producirá una recompensa mayor que el anterior y será relativamente sencillo mantenerlo.
En ese momento, se valora más la calma cultivada que el estrés aprendido, los pulmones abiertos después del deporte que la nicotina o la agilidad del cuerpo al ejercitarlo que la sensación de sopor que surge del sedentarismo. Más que 21 días, mejor consciente, gradual, positivo y acompañado.
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